Este año niños y bicicletas volvimos a estar presentes en el centro de Madrid, donde realmente tiene sentido que cientos -si no miles- de niños ocupen una calzada destinada, habitualmente, al tráfico rodado motorizado contaminante. El Ayuntamiento permitió que, una vez hubimos llegado al Matadero de la Arganzuela (tras haber ido hasta allí en diferentes columnas de colegios desde diferentes zonas de Madrid), subiéramos hasta Neptuno, desde el Paseo de las Delicias, y regresáramos a ese punto para la habitual celebración de acreditación que dicho programa organiza, y en el que el Zuloaga no participa. Este paseo ciclista estuvo organizado por el equipo de Stars y controlado por la Policía Municipal y los Agentes de Movilidad, que cortaron el tráfico y se enfrentaron a la ira de aquellas personas y vehículos que sufrieron las retenciones por nosotros provocadas. Siempre siento mucha compasión por ellos, sacrificándose, llenos de tensión, para que los niños disfruten del paseo. Y también me pululan ideas contrarias cada vez que se organiza un acto en el que se detiene el tráfico para que nosotros pasemos: pedalear por la ciudad, sí; pero así, no.
Una mañana larga, intensa, dedicada a los alumnos de sexto bicibuseros, para que pudieran tener esta peculiar experiencia antes de marcharse al instituto. Para que recuerden, toda su vida, cómo pedalearon a sus anchas por sitios emblemáticos de Madrid sin coches que les estorbaran. Una mañana dedicada, sobre todo, a reivindicar un día sin coches en una ciudad que no hace absolutamente nada para celebrarlo con nosotros, las comunidades escolares que participamos del proyecto Stars. Queda, una vez más, como mera anécdota de lavado verde municipal. Un día en que todo cambia para que nadie cambie, como suele decirse.
¿Podremos, en el futuro, sentir que cada día es el día sin coches?, ¿cuando los desplazamientos se hagan de modo sostenible, limpio, activo, silencioso?
Habrá que seguir soñando, pedaleando, hasta que llegue ese día.