El pasado día 10 celebramos nuestro 16 aniversario. Dieciséis años organizando bicibuses y bicicletadas, experimentando las ventajas y desventajas de pedalear con un número elevado de participantes...A pesar de que en varias ocasiones, a lo largo de estos años, he dado consejos que yo considero importantes a la hora de circular con niños (o, simplemente, con un grupo elevado de personas a las que tú diriges), conviene recordarlos, refrescarlos. ¡Vaamos allá!
Formación
Lo primero es tomar en cuenta la enorme importancia de que los niños tengan una adecuada competencia ciclista. Y eso se comprueba antes, en el colegio, con un circuito de habilidad que muestre si es capaz de mantener el equilibrio, impulsarse sin utilizar el método Picapiedra (preparando el "pedal de arranque") y realizar esláloms con facilidad. La fuerza y la resistencia las irá desarrollando a medida que pedalee con cada actividad que organicemos (aunque siempre será mejor que las adquiera, amplíe, por su cuenta, para no sufrir con nosotros -ni nosotros con él o ella-).
Una vez que vemos que el niño está preparado, le ponemos, antes de incorporarnos a la calzada, a nuestra derecha, para darle "cierta protección" respecto a los vehículos que, en una calle con ambos sentidos de circulación, vendrán de frente, avisándole (esto es una insistencia cansina cansina donde las haya, porque se les olvida constantemente) de que no se pegue a los coches que están aparcados porque, en cualquier momento, pueden abrir la puerta y derribarles (no es ningún miedo infundado: ocurre de vez en cuando. Somos un vehículo silencioso y, a veces, los conductores no miran el retrovisor antes de abrir su puerta). Le recuerdas que los cordones de las deportivas, si usa, han de estar bien atados o, si son muy largos, guardados de algún modo para evitar que se enganchen con la cadena. Casco bien ajustado, y no sólo puesto de decoración encima de la cabeza. Todos estáis en parejas, en paralelo, preparados en la acera para entrar a la calzada (si puede ser por un lugar donde esté rebajada) del modo más ágil posible. El adulto que está el último está listo para salir a la calzada y ponerse de barrera para que ningún vehículo pueda entrar durante el ratito que la chavalería va a incorporarse al asfalto. Los walky talkies que utilizáis esa persona y tú están encendidos y colgando de un lugar desde el cual te sea sencillo utilizarlo (yo lo llevo del cuello, un poco molesto, pero muy rápido de coger).
Entrando a la calzada
Ahora viene el momento de entrar al tráfico, ser tráfico, y eso significa seguir las mismas reglas que todos los vehículos (como vas a guiar, has tenido, previamente, que diseñar el itinerario por donde vas a ir para no encontrarte con sorpresas: dirección de las calles, inclinación, cruces, etc.)
Miras y requetemiras antes de entrar al asfalto, pensando en todos los ciclistas que lo van a hacer contigo detrás, para evitar encontronazos con los vehículos que ves que se aproximan a cierta distancia. Has de darles tiempo para que os vean y reduzcan su velocidad. Y el espacio ha de ser grande. Cuando el momento es propicio, te coordinas con el adulto que está el último, que sale y se pone de barrera, -atravesado en el carril- y empezáis a salir de la acera.
Ya estáis pedaleando, observas qué marcha lleva el niño, la distancia respecto a esos coches aparcados y a ti mismo. En paralelo, a la misma altura. Avisas al pelotón, con tiempo, cuando vais a subir una cuestecita, que pongan la marcha uno (el piñón más grande), la que les resulta más fácil, más "blandita", como dicen ellos. Observas si el niño cambia bien (en invierno, cuidado con los guantes, les resbalan y no pueden hacerlo. Tendrá que llevar, quizás, si no es capaz de ejercer la fuerza suficiente, la mano derecha sin guante). Aún así, escucharás a muchos cambiando en mitad de la cuesta, y te aterrará el sonido del sistema de transmisión con su desesperado grito de agonía por semejante felonía (los típicos ¡CLANG!) Es probable que a alguno se le salga la cadena. No pasa nada. Se va a la acera, o se orilla donde pueda, para que uno de los adultos que lo ha visto le atienda y se reincorporen al grupo cuando esté resuelto el tema, pues en muchas ocasiones no podemos parar todos a esperarles y es más sensato seguir pedaleando hasta llegar a un sitio donde sí podamos hacerlo.
Has de mirar al pelotón, constantemente, para comprobar que vais compactados. La unión es vuestra fuerza. Formáis un solo vehículo desde la cabecera hasta la cola, pero para ello es preciso que no se creen huecos. Para conseguirlo es fundamental la velocidad (ha de ser muy tranquila, aproximadamente 8, 10 km por hora...) y que todos los adultos que forman el pelotón velen por esa compactación, dando instrucciones verbales para ello, pues los niños, a veces, se distraen, charlando, y dejan un hueco excesivo en el que, si no tenéis cuidado, se os puede meter una moto (en el mejor de los casos, cuando no un coche...)
Pelotón fragmentado
Si vais todos juntos, y la cabecera pasa el semáforo en verde, todos todos todos deberían ir detrás juntitos, sin pensar que se lo están saltando (en el caso de que, de súbito, se pusiera en rojo) pues, como se ha señalado en múltiples ocasiones, formáis un solo vehículo. Pero, insisto: eso sólo se puede defender si el grupo va unido. Si hay huecos, olvídate. Si parte del grupo, de repente, ante esa situación de semáforo en rojo, se detiene (¡erroooooor!), entonces la vanguardia seguirá pedaleando hasta que llegue a un lugar con el espacio suficiente como para esperar, detenidos en un carril donde se les vea perfectamente y no molesten a la circulación, a la reagrupación.
Cuando el pelotón se fragmenta, es imprescindible que los minitrozos que se crean tengan, en su cabecera, a un adulto que se convierte, en ese momento, en el responsable de dicho grupo. Para ello has de cuidar que tienes a todos los adultos lo suficientemente repartidos en el grupo, y no concentrados sólo en algunas partes. Además, esta distribución equilibrada sirve para un mejor cuidado colectivo del grupo de niños. Todos los adultos han de estar atentos tanto al chavalín que es su pareja como a los que están delante, por si hacen algo inadecuado, para intervenir de inmediato mediante instrucciones verbales, pero sin gritarles (a no ser que haya un verdadero peligro), pues no hemos de asustarles.
Has de tener en cuenta todo el tiempo que eres el guía de un vehículo extralargo pues, a la hora de detenerte, no se te ha de olvidar que con tu parada estás bloqueando, en muchas ocasiones, una intersección complicada. Mi consejo es que no te pares, aunque haya un semáforo o un paso de cebra que así lo exija: pides perdón a los peatones que están allí y continúas para evitar el colapso en el cruce.
Carril ocupado por vehículo parado
Suele pasar, y más todavía teniendo en cuenta que pedaleamos a primera hora de la mañana -cuando hay muchos repartidores o cuando, simplemente, ciertos conductores dejan el coche en segunda fila para entrar a comprar la prensa o el pan-, que hemos de cambiarnos de carril lo antes posible (debido a la dificultad y lentitud derivadas de la longitud del vehículo que somos y que hemos comentado previamente). Pues bien, lo idóneo es que el primero en cambiarse al carril de la izquierda sea el último del pelotón. Una vez que esa persona, a la que se lo has comunicado con el walky talkie, se ha movido al otro carril (cuando le ha sido posible, sin lanzarse, kamikaze, a un peligro innecesario), y tú, desde la cabecera, constatas que estáis protegidos, os podéis mover todos a él. Es muy importante, para estos cambios de carril, que los niños estén entrenados en seguir siempre, como una serpiente, al que tienen delante. Siempre en parejas, cada uno detrás del que tiene delante, manteniendo una distancia de seguridad adecuada. No permitas que rompan las parejas, poniéndose tres juntos, para charlar, cuando paramos en un semáforo. No. El orden, el equilibrio y el bienestar al pedalear por la ciudad se producen gracias a esa estructura compactada que se mueve ágilmente, cambiando con fluidez de un carril a otro cuando se necesita. Me espanta cuando veo, en concentraciones ciclistas con peques (bicicletadas y eventos de diversa índole), que los niños se mezclan como en un avispero, sin orden ni concierto, entre otros niños, sin respetar carriles, incluso echando carreras, pues eso conlleva no sólo la alta probabilidad de que se produzca un accidente, sino que el (futuro) ciclista (adulto) que está aprendiendo a ser ese chaval, como conductor, no asuma una de las normas básicas a la hora de circular: ocupa un solo carril y, cuando quieras cambiarte a otro, mira, mira y requetemira, señalízalo correctamente y hazlo de manera rápida, sin ponerte en peligro tú ni a los demás. De ahí mi fijeza germánica.
Hay ocasiones, sin embargo -si el ancho del carril lo favorece- que no es necesario cambiarse de carril pues podemos pasar por el hueco que ha quedado. Y entonces aprovechas para crear una fila india. Lo gritas, para que pase como un eco de pareja a pareja "¡Fiiiiiiiiila de uno!" y te adelantas para ponerte delante de la tuya. Entonces descubrirás con qué facilidad los chavales, como si de un juego se tratara, lentamente adquieren esa formación para, luego, volver a ponerse en parejas una vez superado el obstáculo. Es mejor, por supuesto, si esto lo practicas previamente en el patio del colegio, cuando hagas sesiones de bicis en el área de educación física, por ejemplo. Y así, la adaptación a la ciudad, al tráfico, es más eficiente.
¿Calles tranquilas o de muchos carriles?
Ambas. Primero porque es (casi) imposible moverte por un barrio de Madrid sin encontrarte, tarde o temprano, con una vía de alta densidad de tráfico por la que tengas que circular más o menos tiempo. Es genial pedalear por calles de un solo carril y sentido, estrechas, donde nadie puede adelantar al pelotón, silenciosas, a vuestro aire, el mayor tiempo posible. Y también hacerlo por un carril bici segregado, donde los coches aparcados te protegen y sólo has de cuidar las intersecciones con los vehículos que van a atravesarlo. Pero también pedaleamos para transformar la ciudad, para demostrar, con nuestro ejemplo, que otro mundo es posible. Y eso supone exponerse a situaciones que, aunque desagradables (no creo que ninguno "disfrutemos" cuando vamos encerrados -bicisandwich- entre dos carriles por donde están pasando todo tipo de vehículos a gran velocidad), se han de vivir y afrontar con la mayor entereza. No se puede vivir asustado. No se puede pedalear asustado. No es sano.
Sé que impresiona tener coches detrás, que no queremos molestar, que no es plato de buen gusto cuando lo vives tú solo, como adulto, ni, mucho menos, cuando lo haces con un grupo de niños en los que cualquier despiste, negligencia, chulería, podría exponerles a una situación de verdadero peligro. Pero no hay una red de carriles bici segregados que permita estar la mayor parte del tiempo pedaleando tan a gusto (ni, por lo que parece, en Madrid la habrá aún durante mucho tiempo, si atendemos al ritmo al que ejecutan dichos carriles bici). Pero, si queremos movernos en bici por nuestra ciudad, ¿cuál es la alternativa? Hacerlo con seguridad y confianza, sabiendo cuál es nuestro lugar, y cuáles nuestras estrategias, en ese complicado ajedrez en movimiento.
¿Mi experiencia durante estos dieciséis años entrando y saliendo de Bravo Murillo, nuestra bestia maloliente más peligrosa? Pues que los niños, al verse en una situación tan desagradable, extreman su precaución, están a la altura de las circunstancias y de lo que de ellos se espera. Al comienzo íbamos un grupito de seis, ocho, diez, veinte personas. A medida que los años iban pasando, y el proyecto se consolidaba, el pelotón ha llegado a convertirse en una verdadera masa ciclista (en el Bicichurro al que aludíamos al comienzo de esta entrada éramos 72 los que pedaleábamos), un pelotón tan bruteitid que no deja indiferente al resto de usuarios de la calzada. Y por supuesto que no todo el mundo está a favor de lo que hacemos, que habrá conductores que se enfadarán y te pitarán por ello (ir el último del pelotón es el sitio más complicado y sacrificado en estas ocasiones, el más molesto sin ninguna duda), que hay peatones que te insultarán incluso. Pero también lo es que habrá personas que te saludarán, reirán, aplaudirán. Te aconsejo que te nutras de estos últimos y a los otros, a los que te increpan, les ignores en la medida de lo posible. Pero, si os ponen en peligro, yo creo que no debéis permitirlo. Debemos defendernos y denunciar aquellas prácticas irresponsables, abusonas, para que no se vuelvan a reproducir.
Y, de broche, una contundente realidad
Los ciclistas urbanos (y ojalá que los cicloturistas) hemos venido para quedarnos. Cada vez somos más y más personas las que utilizamos la bicicleta en la ciudad. Hubo un tiempo en que había burros en las calles. Había carromatos, lecherías y gente que lanzaba los orines por la ventana. Hubo un tiempo en que no había coches. Hubo un tiempo en que tampoco había bicicletas. Pero ahora las hay, y son uno de los más eficientes y saludables reparadores del infierno en que hemos convertido nuestro ecosistema -la ciudad-, el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestra vida (cuando no toda). Es el momento de conquistarla, de transformarla y de ser parte de ese cambio que queremos que se produzca para que, cuando miremos, desde el futuro, hacia este pasado que es ahora nuestro presente, podamos decir: "Sí, yo estuve ahí, abriendo brecha".
Enhorabuena, ciclistas, por formar parte de este colectivo que no puede parar guerras, que no puede evitar que haya hambre en el mundo, pero que sí puede ayudar a que haya menos contaminación en el planeta. Eso sí podemos hacerlo. Y sabemos cómo.