miércoles, 22 de febrero de 2023

BAJO NUEVOS CIELOS: Cuando el personal de Metro se empodera de tu excursión

 (y tú, desarbolado, les dejas hacerlo)

Pues bien, la crónica que concluye un día de éxito abrumador finalizó, para mí, con una profunda impotencia y frustración. En varias ocasiones me habían preguntado, algunas personas, que cómo íbamos a regresar en Metro y yo, con esa mezcla de ganas de mantener un secreto, pero, también, evitando dar mucha información cuando aún no es el momento para ello (había numerosas etapas previas, con sus "informaciones" concretas cada cual) les decía que no se preocuparan.

La cosa se torció desde que llegamos, supercontentos, a las puertas del metro de Rivas Vaciamadrid. Para mi sorpresa (he estado un montón de veces, con grupos numerosos de amigos y nunca ha habido allí nadie que nos pusiera pega alguna), salieron a recibirnos, espantados, dos trabajadores de dicha compañía con el lógico susto de ver llegar tanta gente, (sobre todo, niños en bici). Por su escrupulosa profesionalidad y excelsa simpatía (encima, eso: ¡eran majísimos!)  se vieron impelidos a tomar las riendas de la gestión. Yo, cuando vi que se ponían a llamar por teléfono a diosabequién, bloqueando la entrada, y asumiendo ellos la organización de todo, me sentí flaquear. Probablemente porque sé que, en las normas del metro, se dice que el acceso de las bicis siempre estará sujeto a las indicaciones del personal del metro, al margen de números máximos o mínimos de bicis por vagón. Estás, en principio, "en sus manos". Y me dejé hacer, como un cordero. Tal y como señala una tía mía en estas ocasiones: "Se me comieron por las patas". Perdí toda autoridad y mi plan de enseñar, con calma, pedagógicamente, cómo hacer este interesante trámite, quedó en nada. O, lo que es peor, quedó en ver cómo nos separaban, por grupos, haciendo pasar a unos antes, a otros después, organizándonos la compra de billetes (ahí sí que nos vinieron muy bien, con el lío que es eso de los billetes combinados), y nos, les, subían al andén. Esto último fue lo que me descompuso. Entré corriendo para intentar tomar las riendas de nuevo, explicando a los niños cómo girar ruedas al entrar en la escalera mecánica, donde posicionarse, etc., pero todo estaba perdido. No era esa la idea. Lo suyo era haber enseñado primero a todos los adultos para que, luego, ellos lo hubieran hecho con sus peques. Fue tal el caos que un grupo subió al andén contrario, lo cual incrementó la sensación de "mala organización" de esta excursión: ni siquiera sabíamos coger la dirección adecuada...

El supermajísimo hombre que lideraba el cotarro indicó que "el que había organizado aquello tendría que haber llamado antes para que hubieran preparado trenes". El que había organizado aquello estaba ya medio muerto y no podía abrir la boca más que para suspirar y preguntarse cómo retroceder en el tiempo. No se puede saber, en una ruta de estas características, a qué hora va a aparecer uno con una chavalería en el metro. Bueno, ni con adultos, claro. Es imposible. Lo sensato es, una vez llegados a la estación, ir subiendo a los trenes y entrando en los vagones con el mayor sentido común, que es lo que llevo haciendo años. ¿Que viene el tren muy lleno? Esperas al siguiente. ¿Que en éste pueden entrar seis, siete, bicis en diferentes vagones? Pues se hace, con paciencia, sabiendo que ya es el fin de la excursión cicloturista y que, una vez llegados, por turnos, a Plaza de Castilla, cada familia va a irse a su casita sin necesidad de esperar a nadie. No es ningún problema. Y por si dos no eran suficientes, vinieron dos personas más, guardias de seguridad, también la mar de simpáticos (¡pardiez, en mi vida de adulto pedaleante que coge el metro con la bici he visto a gente más amable!, ¿sería que los niños les despertaban esa faceta? Yo creo que sí...)

Montados ya en el último tren, supimos que uno de los grupos que había salido antes nos iba a esperar al final del trayecto para hacer, con calma, el aprendizaje propuesto. No les importó esperar. Así que, menos mal, aunque sólo fuera con ese reducido grupo, pudimos practicar lo comentado: la técnica para subir la bici en la escalera mecánica. No siempre hay ascensores y, en caso de tener que subir escaleras "normales", esa es una práctica que ya hemos hecho en otras ocasiones. Por lo tanto ésta era una que teníamos pendiente desde hace tiempo.

Así que practicamos el entrar en la escalera mecánica, girar el manillar hacia la izquierda (para que la rueda delantera quede perpendicular a la trasera), mantener pulsado el freno delantero (con la mano izquierda) mientras con la mano derecha sujetas el sillín (junto al cual está tu cadera), y tus piececitos se sitúan en el mismo peldaño que la rueda trasera, también, donde están tus alforjas y, por lógica, la física requiere que tengas más control del mayor peso que allí se encuentra.

En fin... Toda una odisea. Un perfecto día cicloturista donde todo puede ir de maravilla y, en cuestión de segundos chafarse o, al contrario, torcerse y enderezarse varias veces a lo largo de la jornada para acabar... ¿bien, mal, muerto, exultante? Viajar en bici es así. Nos ayuda a superarnos, a adaptarnos a las circunstancias, a sentirnos orgullosos, decaídos, alegres, cansadísimos... 

Y, siempre, al día siguiente, al levantarse, decirse: "¡Jo, qué bien!, ¿cuándo será la próxima pedalada?

Y sentirse muy muy contento de estar en el Zuloaga, recorriendo, junto a nuestros amigos y amigas,  nuevos cielos.


Montando la Marimorena

Dispuestos a entrar, perpendicularmente, en el vagón, cuando llegue el tren

Ajustando las bicis en los vagones habilitados para las bicis: el primero y el último (aunque, cuando no hay nadie, como era el caso, utilizamos todos los disponibles)


BAJO NUEVOS CIELOS: Bicicletada a la Laguna del Campillo, 19-2-23

Se avecinaba un gran desafío cicloturista para los chavales... Treinta y seis kilómetros nos separaban de la Laguna del Campillo, en Rivas Vaciamadrid. Yo he ido en numerosas ocasiones pero, por si acaso, volví a ir con mi amigo Hermes unos días antes, para ver si todo -montes, ríos y aves- seguía en su sitio. Y así fue. Podíamos emprender la aventura con seguridad.

La idea era retomar nuestro proyecto cicloturista para seguir aprovechando alforjas, patitas de cabra y darle un poquito más de caña a la bici, para no quedarnos exclusivamente en el campo del ciclismo urbano.

Un mogoooooollooooón de gente zuloaguera muy dispuesta y predispuesta nos lanzamos a seguir, como ya hicimos la vez anterior (cuando llegamos a la "puerta" del Parque Regional del Sureste) la ruta que, bajando por la Ciudad Universitaria y siguiendo Madrid Río y el Parque Lineal del Manzanares, nos dejaría en el mismo punto para evaluar, según cómo nos viéramos, si queríamos seguir o no. Y eso dependía de la chavalería, de sus fuerzas e ilusión. 

Lo cierto es que la ruta fue algo accidentada en el trayecto de ida -un pinchazo apenas recorridos unos metros desde el cole, algunas caídas: lloros, abrazos y recomposiciones-, pero, al final, todo eso fue superado. Nada podía pararnos.

De nuevo paramos en el parque de cuerdas colgantes que está junto a la Puerta del Rey, en la entrada a la Casa de Campo, para jugar y desayunar. Y también de nuevo volvimos a hacer nuestra comida en el mismo parquecito pasada la "Caja Mágica", a la altura del barrio de San Cristóbal. Tirolina, pícnic, un poquito de queso, de chocolate, charlas, confidencias, temores... ¿Podríamos hacer los kilómetros que restaban? Informé de lo que se avecinaba, ruta que, sin ser dura -es llana, prácticamente- por su ausencia de agua y aridez, podía ser algo difícil para los niños (había alguno de cinco añitos con nosotros), pero siempre se podía probar y, si se veía que a alguno de los pezqueñines aquello no le estimulaba, se podía dar la vuelta esa familia para regresar al Parque Lineal, desde donde poder decidir si volver al hogar en Metro o pedaleando por el mismo camino.

Bueno, pues.... ¡Tachaaaaaaaaán! ¡Todos pudieron concluirlo! Con, además, mucha alegría e interés por lo que veían (es un paseíto bruteitid: cigüeñas ennidadas, cien conejos saltarines, nubes caprichosas, riscos llenos de cuevas, yesos brillantes...)

Llegamos a la "zona desafío": el cenagal del arroyito que baja de Valdemingómez, para el cual habíamos llevado bolsas de plástico y zapatillas y calcetines de repuesto. Expliqué las distintas formas de aventurarse a pasarlo y, al final, fue unánime hacerlo del modo menos arriesgado posible: sorteándolo por el caminito habilitado por la parte superior. Se nos llenaron las zapatas de los frenos de barro (excepto a los que los tienen de disco) pero, con algunos chorritos de agua a presión -o un lavado en el siguiente arroyo-, las dejamos más o menos decentes. Y ya de ahí a la laguna fue, más o menos, un paseíto muy muy placentero que llenó de satisfacción a todos los participantes. 

Meriendita en la laguna, cuando ya el sol caía, y pedalada al Metro de Rivas, donde tenía pensado explicar cómo meter bicis en el metro: subirlas por las escaleras mecánicas, entrar en el vagón... Pero... La cosa se torció... Voy a explicar con todo lujo de detalle lo que nos ocurrió en la siguiente entrada. 😏

Cuando nuestra cicloturista más joven ya había dado todo de sí, desmontamos su bici para llevarla en otras bicis y así ella poder ir en la sillita la reina que nunca se peina.

Ayudando a descoyuntar

Lo cual les llenaba de alegría y ganas de posar






Entrando en materia

La alternativa sencilla


La fuerza y pasión de los peques fue admirable


Resuelto con gran satisfacción


Llegados al casco urbano, toca entrar a la calzada con precaución

La comitiva espera con paciencia a que nos den la salida

Preparados para avisar a los conductores de que reduzcan su velocidad

La magnífica laguna, ya atardeciendo





























Los intrépidos y las intrépidas cicloturistas