Se avecinaba un gran desafío cicloturista para los chavales... Treinta y seis kilómetros nos separaban de la Laguna del Campillo, en Rivas Vaciamadrid. Yo he ido en numerosas ocasiones pero, por si acaso, volví a ir con mi amigo Hermes unos días antes, para ver si todo -montes, ríos y aves- seguía en su sitio. Y así fue. Podíamos emprender la aventura con seguridad.
La idea era retomar nuestro proyecto cicloturista para seguir aprovechando alforjas, patitas de cabra y darle un poquito más de caña a la bici, para no quedarnos exclusivamente en el campo del ciclismo urbano.
Un mogoooooollooooón de gente zuloaguera muy dispuesta y predispuesta nos lanzamos a seguir, como ya hicimos la vez anterior (cuando llegamos a la "puerta" del Parque Regional del Sureste) la ruta que, bajando por la Ciudad Universitaria y siguiendo Madrid Río y el Parque Lineal del Manzanares, nos dejaría en el mismo punto para evaluar, según cómo nos viéramos, si queríamos seguir o no. Y eso dependía de la chavalería, de sus fuerzas e ilusión.
Lo cierto es que la ruta fue algo accidentada en el trayecto de ida -un pinchazo apenas recorridos unos metros desde el cole, algunas caídas: lloros, abrazos y recomposiciones-, pero, al final, todo eso fue superado. Nada podía pararnos.
De nuevo paramos en el parque de cuerdas colgantes que está junto a la Puerta del Rey, en la entrada a la Casa de Campo, para jugar y desayunar. Y también de nuevo volvimos a hacer nuestra comida en el mismo parquecito pasada la "Caja Mágica", a la altura del barrio de San Cristóbal. Tirolina, pícnic, un poquito de queso, de chocolate, charlas, confidencias, temores... ¿Podríamos hacer los kilómetros que restaban? Informé de lo que se avecinaba, ruta que, sin ser dura -es llana, prácticamente- por su ausencia de agua y aridez, podía ser algo difícil para los niños (había alguno de cinco añitos con nosotros), pero siempre se podía probar y, si se veía que a alguno de los pezqueñines aquello no le estimulaba, se podía dar la vuelta esa familia para regresar al Parque Lineal, desde donde poder decidir si volver al hogar en Metro o pedaleando por el mismo camino.
Bueno, pues.... ¡Tachaaaaaaaaán! ¡Todos pudieron concluirlo! Con, además, mucha alegría e interés por lo que veían (es un paseíto bruteitid: cigüeñas ennidadas, cien conejos saltarines, nubes caprichosas, riscos llenos de cuevas, yesos brillantes...)
Llegamos a la "zona desafío": el cenagal del arroyito que baja de Valdemingómez, para el cual habíamos llevado bolsas de plástico y zapatillas y calcetines de repuesto. Expliqué las distintas formas de aventurarse a pasarlo y, al final, fue unánime hacerlo del modo menos arriesgado posible: sorteándolo por el caminito habilitado por la parte superior. Se nos llenaron las zapatas de los frenos de barro (excepto a los que los tienen de disco) pero, con algunos chorritos de agua a presión -o un lavado en el siguiente arroyo-, las dejamos más o menos decentes. Y ya de ahí a la laguna fue, más o menos, un paseíto muy muy placentero que llenó de satisfacción a todos los participantes.
Meriendita en la laguna, cuando ya el sol caía, y pedalada al Metro de Rivas, donde tenía pensado explicar cómo meter bicis en el metro: subirlas por las escaleras mecánicas, entrar en el vagón... Pero... La cosa se torció... Voy a explicar con todo lujo de detalle lo que nos ocurrió en la siguiente entrada. 😏
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Cuando nuestra cicloturista más joven ya había dado todo de sí, desmontamos su bici para llevarla en otras bicis y así ella poder ir en la sillita la reina que nunca se peina. |
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Ayudando a descoyuntar |
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Lo cual les llenaba de alegría y ganas de posar |
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Entrando en materia |
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La alternativa sencilla |
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La fuerza y pasión de los peques fue admirable |
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Resuelto con gran satisfacción |
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Llegados al casco urbano, toca entrar a la calzada con precaución |
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La comitiva espera con paciencia a que nos den la salida |
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Preparados para avisar a los conductores de que reduzcan su velocidad |
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La magnífica laguna, ya atardeciendo |
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Los intrépidos y las intrépidas cicloturistas |
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