Uno de los aspectos más interesantes de este segundo viaje fue la participación del resto de padres y madres en su organización. Al reunirnos para hablar sobre ello, nos repartimos las tareas asociadas al mismo (quién se informa sobre la piscina, quién sobre la posibilidad de comprar billetes colectivos de tren, etc.) Eso hizo que el "peso" que conlleva organizar una actividad como ésta fuese menor para mí.
Desde Tres Cantos enganchamos el carril bici hasta Colmenar Viejo (13 kilómetros) y ya hacía bastante calor (empezamos a las 10:30), por lo que la crema solar e ingesta de agua eran prioritarias. Una vez en la piscina, y dado que no se permitía el acceso con bicicletas al interior, tuvimos que candarlas como pudimos en el exterior y acceder con todas las alforjas.
Como tuvimos la incorporación de algunos bicibuseros más, nuestra comitiva aumentó en tres personas. Una vez caída la tarde -teniendo en cuenta que, siendo 24 de junio, era uno de los días más largos del año-, tuvimos tiempo de sobra para organizar la compra de víveres para la cena y el desayuno, allí, en Colmenar, e irnos ya al lugar de pernocta, a siete kilómetros de la piscina, todavía con mucha luz.
La jornada empezó cuando salimos del colegio el primer grupo (ocho personas) recogimos al segundo (siete) en la ruta a Chamartín y, una vez allí, vivimos la deliciosa experiencia de viajar en tren con la bici de manera íntegra: sacar las entradas, bajar y subir escaleras mecánicas con ella, meterla en el tren, acomodarla en el vagón... Algo que es imprescindible de aprender si quieres ampliar tus límites cicloviajeros.
Desde Tres Cantos enganchamos el carril bici hasta Colmenar Viejo (13 kilómetros) y ya hacía bastante calor (empezamos a las 10:30), por lo que la crema solar e ingesta de agua eran prioritarias. Una vez en la piscina, y dado que no se permitía el acceso con bicicletas al interior, tuvimos que candarlas como pudimos en el exterior y acceder con todas las alforjas.
Cuando estuvimos ya dentro, imagínate... De una a ocho y pico pasándolo fataaaaal 😆
Como tuvimos la incorporación de algunos bicibuseros más, nuestra comitiva aumentó en tres personas. Una vez caída la tarde -teniendo en cuenta que, siendo 24 de junio, era uno de los días más largos del año-, tuvimos tiempo de sobra para organizar la compra de víveres para la cena y el desayuno, allí, en Colmenar, e irnos ya al lugar de pernocta, a siete kilómetros de la piscina, todavía con mucha luz.
Y llegó la hora de cenar y acostarse, con la tripita contenta y las piernas no muy cansadas., pues esta vez la distancia total ascendió, más o menos, a 20 kilómetros, con una parada de siete horas entre las dos etapas (fórmula ideal para viajar con niños en tiempos de calorina importante), lo cual hizo que los miedos iniciales (morir de insolación, como lagartijas saharianas, en el carril bici de Colmenar) quedaran simplemente en eso: miedos.
A la mañana siguiente, de madrugada, recogida de campamento, limpieza general del espacio y a seguir disfrutando de la flora y fauna: caballos, vacas, lagartos, cangrejos de río americanos, una serpiente de escalera, multitud de aves rapaces y conejos. Todo un repertorio de vida que acompañó la alegría de nuestras piernas.
Y fotito junto al río Manzanares, claro.
Mucha crema, mucha agua, parada en Colmenar para reponer y refrescar.
Y camino camino caminito a Tres Cantos, donde el grupo se dividió: unos quisieron volver a Madrid en tren, de nuevo, y otros decidimos seguir pedaleando.
Cuando llegamos, bastante asados, por cierto (paramos varias veces para cuidar los aspectos relativos a cómo afrontar altas temperaturas), tocó celebrarlo de lo lindo con una magnífica comida, en la plaza de la Remonta, y una despedida en la que no faltaron los deseos de volver a repetir la experiencia el curso que viene. Un éxito que se suma al histórico de experiencias ciclistas zuloagueras que merecen la pena de ser vividas, y narradas...
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