Existe un pavor primigenio -en los ciclistas madrileños- al agua (el que cae del cielo, claro, no el que baja al coleto). Basta que den previsión de lluvia o se ponga el cielo gris o caigan cuatro gotas para que se anulen los planes sobre ruedas. Esto no deja de ser reflejo de un mal hábito, de una forma errónea de entender el uso de la bici. Si llueve, te pones prendas adecuadas para ella y pedaleas, ¿no? Al menos eso es lo que hacen los ciclistas de media Europa, aquéllos que viven en lugares donde la lluvia es una constante.
Comoquiera que fuese, nosotros no tuvimos ningún debate, ni decisión al respecto. La lluvia nos pilló desprevenidos, en medio del bicibús. Se suponía que no iba a llover, pero la lluvia, traviesa, vino de puntillas y nos refrescó. A la vez susurraba: "¿Veis como no pasa nada?"
Así que, a llegar, lo celebramos con un buen grito: "¡Zuloooooaguuuuaaaaa!"