Llegó el día y se cumplió el pacto firmado, con la sangre de nuestras palabras, al lanzar la propuesta: si había suficientes familias como para emprender esta aventura; si entrenábamos, a lo largo del curso, lo necesario como para abordar un fin de semana pedaleando y si, además, éramos capaces de adquirir los complementos para viajar en bici, entonces, y sólo entonces, seríamos capaces de pedalear desde la mismísima puerta del Zuloaga hasta el fin del mundo... O algún rincón de él...
Habíamos hecho las tres bicicletadas Bajo Nuevos Cielos "de entrenamiento" establecidas (más las tres habituales que hacemos cada curso), 31 bicibuses como 31 soles y adquirido, además, alforjas, transportines, patas de cabra, sacos de dormir y esterillas. Todo estaba dispuesto para la aventura.
Ese fin del mundo cercano comentado -34 kilómetros- era ni más ni menos que la dehesa de encinas de Tres Cantos, junto al Soto de Viñuelas, en dirección a San Agustín de Guadalix.
La quedada fue a las 9:00, para ir con tiempo como para hacer algunas paradas de descanso (esta vez no había zona de juegos para los niños) a la cual acudimos 22 personas (bonito número). Luego, en Tres Cantos, se nos unió una persona más, con lo que se rompió el hechizo de los números pares (aunque sin graves consecuencias, afortunadamente).
Tras el repaso reglamentario para supervisar el modo en que se llevaban los bultos diversos, empezó a sonar un buen rock and roll y nos lanzamos a disfrutar de la "inconmensurabilidad del mundo".
He aquí las fotos de cómo iban equipadas las bicis:
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Mi querida Walkyria, tantos viajes juntos... |
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Bici Kinder: con sorpresa |
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Listos para salir |
Lo primero que hicimos fue dirigirnos, por calles lo más tranquilas posibles, al Carril Bici de Colmenar (al que accedimos por el pueblo de Fuencarral)
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Paradita para beber agua, llegando al Paseo de la Castellana |
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Reunión de pastores y pastoras para establecer estrategia de acceso al carril bici |
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Reunión de pastores y pastoras para establecer estrategia de circulación en el carril bici |
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From here to... |
Dicha estrategia consistió en circular en pequeños grupos, liderados y cerrados por un adulto, claro, que permanecían, en todo tiempo, lo suficientemente separados como para que los ciclistas deportivos pudieran adelantarnos con sencillez. Y funcionó. No hubo mayor problema, y me llamó mucho la atención que, en esta ocasión (y mira que hemos cogido veces este carril mis amigos y yo), no hubo más que palabras de ánimo y alboroto por parte de los que nos cruzábamos. Ver niños y niñas cicloturistas no les generó el rechazo que habitualmente muestran los ciclistas deportivos con nuestra presencia en este lugar caracterizado por las altas velocidades e intenciones de entrenamiento, lo cual suele conllevar algún que otro enfrentamiento... Sin embargo esta vez fue una delicia. Ya lo sabes, si quieres que no te increpen en este carril: ¡lleva un niño (o muchos) contigo!
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Paradita en la Dehesa de Valdelatas para reponer fuerzas |
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Llegando a Tres Cantos |
Tuvimos una sorpresa magnífica unos días antes del viaje: a través de dos compañeros de Pedalibre (Martin y María), pude contactar con el gerente de deportes de Tres Cantos, el cual, al conocer nuestro proyecto y futura visita a su localidad, nos extendió una autorización para que fuésemos GRATIS a una de las piscinas de Tres Cantos (Embarcaciones). Por lo que, nuestra necesaria parada de reposo durante las horas de mayor insolación, se traduciría, además, en un momento de refrescamiento, relax y diversión.
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Piscina deliciosa, con unas vistas magníficas de la Sierra de Guadarrama
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Una vez satisfechas nuestras ansias piscineriles, tocó ir a aprovisionarnos al súper (lo habíamos establecido así para no llevar peso extra desde Madrid). A medida que comprábamos, intentábamos encajar lo adquirido en las espachurradas alforjas, se nos caía la bici porque la pata de cabra no era estable, asomaban las prendas mojadas por todas partes, el ambiente cicloturista se fue condensando y tomando cuerpo.
Y luego, ya, por fin, empezó lo que considero el verdadero cicloturismo: salir de la población urbanizada y encontrarse con la tierra, los árboles, el cielo, las cuestas...
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El estupendo equipo de cicloturistas zuloagueros |
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La alegría de coronar cumbre (y vértice geodésico) |
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El sitio elegido para la pernocta |
A 10 kilómetros, aproximadamente, una vez pasadas las fincas, urbanizaciones y demás travesuras periurbanas, pusimos nuestra mirada de "indio buscador de sitio donde dormir" y, al ratito, lo encontramos. Tal y como habíamos imaginado: entre las encinas y las estrellas.
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Un delicioso campamento de larvas humanas |
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La basurita, colgada en una rama, por si las moscas, por si los zorros |
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Y la comida que sobró, por el mismo motivo |
Estrellas y satélites artificiales. Venus y los aviones con sus lucecitas rojas parpadeantes. La Osa Mayor. Las chinchetas de luz sobre el fondo oscuro. Muchos de los participantes nunca habían hecho vivac. Escuchar a los niños reír, no parar de hablar (¡en toda la noche!) me recordaba los tiempos en que el mundo era nuevo para mis ojos, y las palabras pugnaban por salir impetuosamente de mis labios para ser escuchadas por mis amigos, o mi primo, cuando vivía con mis padres y los veranos eran eternos. Ver a las familias acurrucadas las unas juntas a las otras, a las madres con sus hijos -tras haberles procurado el mejor de los lechos posible en ese espacio natural- me generaba ternura y curiosidad. Observar a una persona dormida, abandonada al mundo del sueño y la reposición es adentrarse en un espacio de intimidad y vulnerabilidad increíbles. De alguna manera, todos somos niños de nuevo cuando dormimos. Por eso, en aquel campamento, aquella madrugada, no había adultos, sólo un nutrido grupo de niños dormidos que buscaban, inconscientemente, cómo encajarse en el cuerpo más próximo, formar parte de algo más grande. Unir respiraciones, buscar calor, refugio. ¡Somos tan pequeños en la naturaleza, en el océano insondable de los sueños!
Luego llegó el canto de los pájaros, el desperezarse, desayunar, dejar todo limpito, sin una sola señal de presencia humana y volver a Madrid por el mismo camino y con las mismas estrategias comentadas.
Veintitrés personas fuimos y volvimos a aquel lugar (70 kilómetros, aproximadamente) y no hubo ni un sólo pinchazo, ni una salida de cadena o desajuste de frenos, ni una caída. Esto es tan amazing como mi querido Spiderman. Al cuidado con que hemos preparado nuestro viaje se ha sumado, sin lugar a dudas, un elemento de suerte considerable, por lo que el principal, ¡fundamental! objetivo se ha cumplido: que fuera una experiencia gratificante, que animase a ser repetida en el futuro.
Y si el regalo de la piscina tricantina no había sido suficiente, tuvimos otro: el padre de dos de los niños que pedaleaban (que no había podido acompañarnos, y que es ciclista también) nos preparó una deliciosa paella en el jardín de su edificio, la cual pudimos degustar en el césped, entre árboles, saboreándola no sólo a ella, sino, también, al cierre espectacular de un fin de semana impresionante.
¡Muchas gracias a todos, a todas!
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Y no preparó una, ¡sino dos paellas! |