Es un clásico, entre los ciclistas urbanos, el debate sobre cuánto se tiene de héroe, o heroína, al pedalear entre los coches en una ciudad con tanto tráfico como Madrid. Que compartir la calzada, así, a pelo, con esas moles de una tonelada (o más) de peso supone un ejercicio de arrojo, pues, mira, es verdad. Y si no lo crees así, pregunta a las personas a las que les gustaría hacerlo por qué no se deciden...
Pero si es cierto que ser ciclista urbano exige cierta dosis de valentía también lo es que pedalear siguiendo unos consejos -y modos adecuados de circulación- minimiza la sensación de desamparo, inseguridad, etc. que uno puede llegar a sentir cuando está solito entre tanto motor.
Muchos de nosotros aprendimos a montar en bici de niños, cuando era relativamente sencillo, aunque no olvidemos que no fue "un campo de rosas". Doler, siempre duele cuando te caes, lo que pasa es que se nos olvida al hacernos adultos. Desollarte las rodillas, las palmas de las manos, los codos forma parte de la infancia, algo a lo que no te puedes resistir ni evitar, porque es el modo en que, psicomotrizmente hablando, el cuerpo adquiere las habilidades para mantener el equilibrio, pedalear, esquivar los obstáculos y todas aquéllas que se traducirán, con la práctica continuada, en un dominio adecuado del vehículo "estrella" de la niñez. De adulto, si te caes, te rompes. Tu cuerpo ya no tiene la flexibilidad ni la capacidad de recuperación lobezna que se gastaba en aquellos lejanos tiempos chicle. Y, con todo y con eso, existe un perfil de personas que se lanzan a esa aventura. Me estoy refiriendo, sobre todo, a mujeres que o bien hace lustros que no pedalean, o que nunca lo hicieron y se animan a aprenderlo (¿reflejo de una sociedad machista en la que los padres no regalaban a las niñas, por aquellos tiempos, bicicletas?) Lo veo por todas partes, bien sea en Pedalibre, en talleres organizados por el Ayuntamiento o, en este caso, en nuestro colegio. Es loable que estas mujeres tengan la inquietud, la decisión y la autoconfianza para animarse a circular en la calzada, pues los obstáculos a los que se enfrentan son más numerosos de los que afrontamos nosotros, los que fuimos ciclistas desde niños.
Y aterrizo, por fin, en el quid de la cuestión. En el Zuloaga ha habido un grupo de madres que quería aprender a circular con más seguridad por diversos motivos. Unas porque sus hijos van al bicibús y les apetece sumarse para echar una mano en su organización o, simplemente, para compartir esa experiencia con ellos. Otras porque se plantean, incluso, desplazarse por la urbe en bicicleta por sí mismas.
Para todas ellas se ha organizado un tallercito de aprendizaje en el que, primero de manera individual y, más adelante, de modo colectivo, se les enseña cómo utilizar correctamente las marchas (imprescindible para no morir en las cuestas), mantener las distancias adecuadas de aquellos elementos susceptibles de generar algún sustillo (y minimizar los riesgos), señalizar los giros (ayudando al resto de usuarios de la calzada a saber qué es lo que vamos a hacer), utilizar de manera coherente la tipología de las calles aprovechar nuestra condición de potenciales peatones y, sobre todo, por encima de cualquier recomendación, activar el "modo anticipación" que es crucial para todo aquél que entra en la calzada manejando un vehículo lento: anticipar lo que va a ocurrir, ver con tiempo las jugadas de ajedrez que realizan, y realizarán, las fichitas de ese ajedrez gigante que es la calzada: torres, reinas, caballos y peones danzan de carril en carril, de paso de cebra en paso de cebra, con movimientos medidos -o improvisados- de manera constante y, a veces, impredecible.
¿Qué mejor manera de estar presentes, despiertos, conscientes de nuestro cuerpo y de todo lo que nos rodea? Pedalear siempre es un ejercicio magnífico de conexión con el aquí y el ahora, pero si se hace en una ciudad, más aún.
¡Enhorabuena a esas valientes!
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