Streets for kids. Las calles para los niños, las niñas. Eso es lo que se reclamaba en el acto al que los zuloagueros ciclistas fuimos el pasado cinco de mayo. Que pensemos en los niños, viene a decir esta reivindicación. Si de la afectación por la contaminación hablamos, ellos, por su altura (más baja, donde se acumulan en mayor número los elementos nocivos) así como por el número de pulsaciones de su corazón (más elevado que el de los adultos), son mucho más vulnerables a la contaminación atmosférica que nosotros, los adultos. O sea, que los peques sufren más enfermedades asociadas a la respiración por vivir en ciudades contaminadas (las nuestras), y también, no lo olvidemos, los ancianos (por el estado de deterioro de su sistema respiratorio). Niños y ancianos. La esperanza de futuro de nuestra especie así como nuestras raíces, nuestros libros vivientes del pasado.
Es un clásico, entre "los que hicimos la E.G.B." (tirando de una expresión que ya es un "lugar conocido"), el recordar aquellos tiempos en los que jugábamos en la calle sin peligro de tanto coche, sin tanto miedo, con más libertad (de la buena) y con unas calles que hacíamos nuestras a partir de las amapolas que cogíamos en los solares, descampados y montes próximos a nuestras casas (la calle Federico Rubio, por ejemplo, donde está la Jefatura Superior de la Policía), lugares donde secuestrábamos mariquitas, lagartijas (sin pedir rescate a cambio de su posterior liberación -siempre que sobrevivieran a nuestros juegos con ellas, claro-), plazas donde se instalaban orquestas para la celebración de las fiestas (la confluencia de Leñeros con Jerónima Llorente, sin ir más lejos), o terraplenes por los que nos tirábamos con nuestra alfombrilla de cartón (frente al Zuloaga, cuando salíamos de las clases).
Todo ese mundo semirrural, semiurbano - con elementos tan necesarios para la calma y la salud- espachurrado por los cláxones y la edificación asfixiante de un urbanismo que rezuma artificialidad por todos los poros de su apretado asfalto, aniquilado por la invasión masiva de vehículos que pasan la mayor parte de su vida útil parados y que, cuando ruedan, nos regalan humos emitidos in situ (los de combustión), o en otro lugar (los provocados por las centrales que producen la energía usada para mover los coches híbridos, o completamente eléctricos, que se venden como más ecológicos).
Que no nos engañen. Que hay que recuperar las ciudades para las personas, sobre todo para los niños y las niñas, nuestros mayores y mejores tesoros. Y para nuestros ancianos, y para ti y para mí. Que hay que usar más transporte público, bicicletas y andar, andar y andar más, para hacer ejercicio (gratuito) a diario y evitar, de ese modo, el sobrepeso y la pereza crecientes.
Por todo esto -y por mucho más- (que cada cual imagine, reflexione, si quiere, por qué) fuimos allí pedaleando. Nos lo pasamos magníficamente en el tramo de la calle Alcalá que cortaron al tráfico (entre Cibeles y Puerta de Alcalá), donde hubo juegos, un concierto, un circuito de habilidades para bici (o para correrlo a pie, enloquecidos, como hicieron algunos de los nuestros), etc., Y seguimos disfrutando luego, cuando regresamos al barrio y estuvimos cenando y charlando en el Huerto Zuloaga. Tejiendo y tejiendo redes, con la paciencia de arañas recuperadoras de estructuras raídas. Diseñando nuevos colores para nuestras vidas sociales.
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